La rica avifauna de nuestra geografía nos posiciona entre los lugares con mayor biodiversidad de aves. Los tupidos bosques del Canal albergan una larga lista de especies emplumadas, desde los minúsculos colibríes hasta la imponente águila harpía.

Entre las aves que vemos a diario en los márgenes del bosque, están dos vistosas especies: el azulejo y el sangre de toro. Ambas poseen una llamativa coloración y son exclusivas del neotrópico. Por estar habituadas a la presencia humana, se pueden considerar aves urbanas. Comparten hábitos alimenticios, y con frecuencia los vemos alimentándose juntos y en ocasiones hasta en bandadas mixtas. Comen bayas silvestres y otros frutos, especialmente mangos de los milenarios árboles que aun sobreviven en las orillas del Canal, guarumo, guabito de monte, algo de néctar y uno que otro bichito, pero también se dan festín con frutos cultivados, como la papaya y el guineo.

El azulejo es una de las especies más abundantes y familiares; se reconoce fácilmente por sus matices celeste y azul cobalto, y su alegre canto. Se distribuye ampliamente por todo el país. Es muy activo, vuela en pequeños grupos y cuando encuentra frutos maduros arma una algarabía de notas agudas y rápidas.

El sangre de toro es también muy común; el macho tiene un reluciente plumaje rojo escarlata y negro que lo hace inconfundible entre otras aves nativas; la hembra es menos brillante. Frecuentan bosques secundarios, arbustos y áreas abiertas. Viajan en pequeñas bandadas y al igual que el azulejo, tiene un repertorio de sonidos que lo acompaña en sus andanzas.

Posee un rango de distribución bien amplio, por lo que su población es abundante y no alcanza el umbral de vulnerabilidad. En el contexto global, el panorama es diferente, una de cada ocho especies de aves está amenazada de extinción.

Mientras los días pasan, los buques vienen y van, las aves azules y rojas acompañan los primeros rayos de sol y vuelan felices por los bosques del Canal.