El viaje al pasado comienza en la Huerta Sandoval, un vecindario de nueve edificios construidos con esfuerzo cooperativista e inversión del antiguo Instituto de Vivienda y Urbanismo de Panamá, allá por los años 70 del siglo pasado. Desde allí empezamos la caminata al cementerio.
La Huerta Sandoval está en la ciudad de Panamá, en el sector conocido como El Chorrillo, allí están los más antiguos cementerios de la ciudad, que datan de principio del siglo XIX, justo antes de la independencia de España. Antes de estos cementerios, los cuerpos eran inhumados en un predio contiguo a la Catedral Basílica, y su traslado hacia la actual ubicación se dio para mitigar las condiciones de insalubridad y falta de espacio.
El mariscal de campo Alejandro Hore, ordenó la construcción de un nuevo cementerio, denominado San Carlos, en el Camino del Chorrillo del Rey (la actual calle B, entre los actuales corregimientos de El Chorrillo y Santa Ana). Las investigaciones del arqueólogo Carlos Fitzgerald, del Patronato de Santa Ana, señalan que esto ocurrió entre 1818 y 1819, y a partir de entonces, se fueron expandiendo los cementerios públicos a lo largo del siglo XIX, en una transformación del paisaje conformado por “huertas” o fincas de producción agropecuaria y pastoreo de las recuas de mulas.
Un despertar comunitario
Efraín Guerrero, un joven residente de la Huerta Sandoval, es quien recibe a nacionales y turistas para un recorrido por los cementerios y lo llama “El Necrotour”.
Él es un publicista egresado de la Universidad de Panamá y emprendedor que, junto con otros jóvenes del sector de El Chorrillo y Santa Ana, desarrolla una iniciativa ciudadana denominada Movimiento Identidad. Guerrero explica que, “se hizo necesario levantar el estigma de zona roja de El Chorrillo, y reemplazarlo con la verdad de un lugar histórico por su protagonismo republicano. Urge conocer y apropiarse del verdadero patrimonio de los extramuros de la ciudad.
Es necesario que los jóvenes recuperemos la memoria de nuestro territorio”, añade.
Un recorrido solemne
Tomando notas prestadas de rutas turísticas en camposantos de ciudades como Buenos Aires, París, Santiago de Chile, entre otras, el recorrido por el cementerio Amador atrae la curiosidad de nacionales y extranjeros.
El recorrido se hace a pie a lo largo de seis secciones: el cementerio de los extranjeros, el cementerio de los niños (también llamado del Rosario), Herrera, Amador, la sección hebrea y el cementerio chino, llamado Wah On.
El perfil urbano de la vivienda social de El Chorrillo se mira recortado sobre la silueta del cerro Ancón. Como una guirnalda blanca, la imagen incisa de blancos mausoleos, ángeles, estatuas de mármol y símbolos mortuorios, guía al visitante por la historia panameña. Entre los pasos y caminos internos del cementerio hay inscripciones sobre mármol comido por el tiempo. Se leen los nombres olvidados de ingenieros franceses y médicos nacidos en lugares perdidos de Europa que murieron en Panamá por pestes que, al ser rebasadas, permitieron la construcción del Canal de Panamá. No solo murieron en ella, también murieron por ella.
En el memorial de los zapadores del Canal (en la sección de extranjeros) es posible leer los nombres de ingenieros egresados del Politécnico de Francia fallecidos en Panamá.
Sorpresas históricas
El visitante se sorprende con las lápidas de Justo Arosemena, José A. Remón Cantera, Carlos A. Mendoza y Belisario Porras. La escultura de la tumba de la poetisa Amelia Denis de Icaza es de las más bellas del cementerio. Ella permanentemente mira hacia el cerro Ancón. Se tropieza uno con la morada final de Teófilo Panamá Al Brown y la de Rommel Fernández. Puede uno admirar el lugar artístico de Rogelio Sinán. Están también los héroes bomberos del Polvorín, los soldados de la Guerra de Coto y las hermanas paulistas del Hospital du Notre Dame de Ancón, todos -por mencionar algunos- son parte de la memoria social y del registro de la historia interoceánica de Panamá.
Dentro de esa gran historia épica, abundan las historias que ablandan la memoria; se sonríe ante la tumba de María Carter Pantalones hasta llegar a la piedra oscurecida de Abel Bravo, y se sostiene el cariño hasta llegar a donde está Fermín Naudeau. Cada paso de este viaje al pasado es, sorprendentemente, energía para el futuro.