Seguimos tras la pista de la efeméride del Bicentenario de Independencia para una mirada a los planos y mapas del territorio panameño generados en el siglo XIX, que ofrecen una oportunidad interesantísima de interpretar las dimensiones de la construcción cultural del paisaje y del territorio. Exploramos las visiones en torno al paisaje cultural, la cartografía y la antropología, de la voz de Carlos Fitzgerald, especialista interesado en estos temas, de lo que en algún momento, llamamos interoceanidad.
¿Qué entendemos por interoceanidad referido al paisaje y al Canal?
Hace 25 años hablamos de interoceanidad en la propuesta conceptual de la exhibición inaugural del Museo del Canal Interoceánico que se desarrolló en tres ejes temáticos: “La ruta, el agua y la gente” (O. Acosta, C. Fitzgerald y H. Vélez, 1996). El concepto fue luego desarrollado por Ana Elena Porras en Cultura de la interoceanidad (2009). Nuestra propuesta abordó la narrativa sobre ese paisaje que evolucionó por siglos y notamos como se superponen innovaciones tecnológicas, al tiempo que entrecruzan intereses geopolíticos que dejan profundos cambios en la huella demográfica derivados de migraciones internas y externas. Territorio, gentes y la ruta construyen el paisaje cultural del espacio de tránsito, donde la cartografía es clave para su interpretación.
¿Qué papel tienen los mapas y planos para interpretar el paisaje cultural?
Los paisajes culturales son una categoría de conceptualización patrimonial-cultural particularmente interesante para la región interoceánica panameña, que se configura como un ejemplo clásico del paisaje cultural complejo, donde es posible leer capas de intervención por parte de una diversidad de grupos humanos, con diferentes tecnologías, concatenados unos con procesos históricos y etnográficos locales y otros con los sistemas-mundo de Immanuel Wallerstein. Para entender el paisaje cultural, debemos considerar el contexto. Desde esa perspectiva, nos podemos aproximar al acervo cartográfico istmeño de forma creativa, desmarcada de la geografía propiamente dicha, y reconociendo en los mapas y planos cualidades antropológicas insospechadas. El análisis comparativo detallado de la cartografía es de utilidad para una arqueología del paisaje cultural, donde los patrones de asentamiento y el uso de recursos se ven reflejados: En los mapas y planos de la región interoceánica no solo se expresa la realidad del paisaje, sino también los deseos y las ilusiones de los que, por un lado, ejercían el control sobre el territorio y sus gentes y, por otro, de los que soñaban con transformarlo.
¿Cuáles son los principales mapas y planos que se producen en el siglo XIX?
Toda la cartografía producida en el siglo XIX viene de la mano de aquellos que tienen interés en la construcción de una comunicación interoceánica. En la ciudad de Panamá, se produce en el año de 1815 el último mapa del Virreinato de la Nueva Granada firmado por Vicente Talledo y Rivera (llegó como refugiado de guerra al último bastión realista poco antes de la independencia, de modo que su mapa refleja el legado de España). El segundo mapa importante y primero post independencia se genera en 1829, comisionado por Simón Bolívar luego del Congreso Anfictiónico de Panamá a John Lloyd y Maurice Falmarc, para determinar la mejor ruta para un canal. Se escoge la bahía de Limón como terminal atlántica con una ruta mixta de agua con el río Chagres y otro tramo terrestre con un tren y dos posibles rutas hacia la ciudad de Panamá y otro más próximo a La Chorrera. El mapa de Lloyd es precursor del ferrocarril interoceánico.
Para el alineamiento definitivo del camino de hierro, concluido en 1855, aparece el archiconocido plano de Harrison de 1857 (cartografiado por el ingeniero George M. Tottem, que recoge el alineamiento as built entre las terminales de Panamá y Colón). Tottem trabajó sobre la cartografía de Napoleón Garella (1845) y George W. Hughes (1849) como bien señala Hernán Araúz en su publicación Los mapas antiguos de Panamá y Darién (2016). Cabe destacar que, simultáneamente a las exploraciones norteamericanas, Agustín Codazzi realiza en Panamá los detallados estudios de la Expedición Corográfica ordenada por el General Tomas Cipriano de Mosquera, cuyo propósito era tener un instrumento que permitiese administrar los vastos territorios de Colombia y destacar el Departamento del Istmo como objeto de estudio.
El período entre la finalización del ferrocarril y el inicio de la construcción del canal se producen no menos de 10 mapas importantes para definir la mejor ruta. Son claves los aportes de las expediciones de Wyse y Reclus, exploradores franceses que cumplen la tarea de describir la ruta por el Darién (1877), como mandato del Congreso del Canal bajo la convocatoria de la Sociedad de Geografía de París, determinándose así el paisaje canalero actual.
¿Qué importancia tiene la producción de todo este material cartográfico?
Estos mapas fueron dibujados por manos, por pies que caminaron y ojos que miraron el territorio con la ilusión de comunicar los mares. A partir de la fiebre del oro y la construcción el ferrocarril entre 1850 y 1855. las transformaciones del paisaje interoceánico se ven reflejadas en los mapas. La cartografía histórica expresa las expectativas de sus hacedores, desde el control político hasta la explotación de recursos económicos. Es el caso de Panamá, donde el recurso estratégico fundamental es la posición geográfica y la información para facilitar, o no, la comunicación entre dos mares. Los planos de la ruta del ferrocarril, primero y del canal después, establecen lo que se convertiría en la Zona del Canal al consolidarse el proyecto imperial estadounidense.
¿Son estos mapas importantes para entender la evolución del territorio?
El análisis cartográfico de los planos de la región interoceánica producidos en las décadas de 1840, 1850, 1870 y 1890 permite reconocer algunos patrones que se repiten y contrastar las diferentes perspectivas en una serie de tiempo que es un lujo para el investigador, ya que se pueden identificar cambios, continuidades, innovaciones y omisiones que dan luces, no solo sobre los intereses políticos y económicos, sino sobre la construcción de un paisaje que, al mismo tiempo, es centro y periferia conocida, pero también con vacíos. Dependiendo de la nacionalidad del cartógrafo y de los intereses geopolíticos que representa, cada mapa enfatiza cosas distintas, a pesar que se trata del mismo paisaje: las variantes de la ruta, los lugares poblados, las áreas de producción asociadas y sobre todo, los nombres que nos hablan de las poblaciones locales, las poblaciones migrantes que van dejando su huella y los usos simbólicos de la nomenclatura oficial para denotar poderío y control. El análisis de mapas en la segunda mitad del siglo XIX es una valiosa fuente de información para comprender la progresiva conformación del paisaje interoceánico. Los mapas urbanos de Panamá y Colón en tiempos del ferrocarril y del Canal Francés, donde vemos plasmada la especulación de la tierra y la creación de esquemas novedosos de convivencia colonial y neo-colonial, son fuentes inestimables para todo tipo de investigaciones y claves para hablar sobre los fenómenos de poblamiento, economía y política del enclave canalero, que eventualmente excluyó del paisaje asentamientos centenarios y borró, como señala la historiadora panameña Marixa Lasso, una parte de la historia.
¿Podemos entonces hablar de una herencia cartográfica?
La arqueología de las series cartográficas de la región de tránsito nos habla de instrumentos que organizaron y marcaron las formas del cómo nuestros ancestros habitaron esa interoceanidad, a la que hoy le asignamos el nombre de transitismo. Son espacios y nombre del presente, tanto cuando accedemos, como cuando usamos los espacios para movernos, trabajar/producir o para el ocio. Todos ellos son parte de esa herencia cartográfica histórica, heredada y asumida. Además, las formas como nos imaginamos a nosotros mismos en el paisaje, como dueños o huéspedes, si nos sentimos ajenos o rechazados, tienen matices en la cartografía y deberían ser sujeto de estudios antropológicos más profundos para dilucidar nuestras formas tan panameñas de pertenecer y ser, que no necesariamente son transitistas o subordinadas, sino creativas y resilientes.