Señores presidentes, vicepresidentes, autoridades civiles, militares y eclesiásticas de Panamá y del exterior, invitados todos.
Compatriotas: Hoy hemos entrado a la Zona del Canal por la puerta ancha de la dignidad, del patriotismo y de las luchas libradas por el pueblo panameño. A partir de este momento y flameando orgullosa nuestra bandera en la cima del cerro Ancón.
La república de Panamá ejerce jurisdicción sobre todo su territorio. Ya el panameño no continuará siendo juzgado por leyes extranjeras en su propia tierra; ya no existe un Estado dentro de otro Estado.
Ahora, la división política llamada Zona del Canal ha sido borrada del mapa del istmo y solamente aparecerá como un mal recuerdo, arrinconado en los anaqueles de la historia como pieza antigua exhibida en el Museo de la Nacionalidad como fuente de investigación cada vez que el panameño del futuro quiera conocer las luchas, los sinsabores y sacrificios realizados por el pueblo panameño desde 1903 hasta la generación actual.
Para integrar la patria bajo un solo territorio y una sola bandera la quinta frontera ha desaparecido.
La Constitución y las leyes panameñas, los tribunales y los jueces, las escuelas y maestros panameños, la Guardia Nacional, los servicios públicos panameños, los puertos en las entradas y salidas del Canal, las actividades económicas, en fin, todo lo que nos fue vedado desde el nacimiento mismo de la república vienen ahora a terminar la construcción de una nación independiente, soberana e integrada, física y espiritualmente.
Debemos recordar aquí a Justo Arosemena. El prohombre de la nacionalidad que dio vida y sintetizó las aspiraciones más hondas y los sentimientos más permanentes del alma de los panameños en su búsqueda de la justicia y de la independencia, y que luchó denodadamente contra la prepotencia extranjera.
Invoquemos ahora a Victoriano Lorenzo. Cuando ese precursor de la liberación nacional, después de librar rudos combates fue conducido a las bóvedas y fusilado, su sangre derramada fue el anuncio de que el istmo iniciaba una marcha por senderos cubiertos de espinas.
De incomprensiones, de ataques a su integridad territorial y de obstáculos a sus derechos soberanos.
Por eso, con orgullo y en homenaje a ese paladín del pueblo, las tropas de la Guardia Nacional que han entrado hoy a este territorio son precisamente las que ostentan el nombre del general Victoriano Lorenzo, héroe y mártir de la liberación nacional.
Nuestra invocación es también para los padres de la patria. Ellos hicieron posible la creación del Estado panameño y sentaron las bases de nuestra estructura política bajo condiciones muy adversas. Asumieron con valor su responsabilidad histórica y consolidaron el sentimiento nacional que permitiría al panameño oponerse constantemente al Tratado Hay – Bunnau Varilla, impuesto en aquella época a un país que recién nacía empobrecido por tres años de guerra civil y que los padres de la patria no tuvieron siquiera oportunidad de negociar.
A esos próceres rendimos homenaje en este acto y podemos decirles que ese Tratado que ellos no negociaron ha sido eliminado. Que la jurisdicción norteamericana ha desaparecido, que la perpetuidad ha sido cancelada y que se ha iniciado la cuenta que conducirá a la plena posesión del Canal por la república de Panamá y a la desocupación total de tropas extranjeras el 31 de diciembre de 1999.
Ese día una nueva generación percibirá en forma definitiva la magnitud del acto que ahora estamos efectuando y que completará el sueño de los padres de la patria. El camino recorrido tiene raíces muy profundas en nuestro pasado.
Nuestro pueblo posee una historia ejemplar que constantemente debe ser divulgada para que se comprenda la justicia de la causa que enarbola desde el siglo pasado, y apenas transcurrida una década de su independencia de España, Panamá dos veces seguidas con intervalos de meses se separa de Colombia y al cabo de otro decenio manifiesta nuevamente sus ansias de autonomía.
Un lustro después, Estados Unidos y Colombia suscriben el Tratado de 1846 y con ello se inicia la presencia norteamericana en el istmo y se pone en marcha el desarrollo histórico que culminó 60 años más tarde en la instauración de la república de Panamá.
Con el inicio de la república surge también el ignominioso Tratado Hay- Bunau Varilla de 1903, producto de una época en que las grandes potencias imponían su voluntad a los pueblos y naciones débiles.
Los despojaban de su territorio y recursos naturales, desnaturalizaron sus culturas y, en suma, los reducían al coloniaje. Apenas seis meses después de haber entrado en vigencia el injusto convenio surgieron las primeras acciones de protesta y repudio.
Comenzó allí una batalla prolongada que ya no se detendría en cuyos movimientos cumplió su turno cada generación, en la medida en que lo permitía su particular circunstancia, conscientes todas en lo difícil de su empeño, pero unidas en la convicción de que no sería en vano y de que el único final aceptable sería la terminación del Tratado de 1903, es decir, la eliminación del enclave colonial hincado en mitad del territorio nacional y el cese de la perpetuidad.
En 1915 comienzan las gestiones del Gobierno panameño para la revisión del Tratado. Siete años después se inicia una negociación que en 1926 finaliza con la firma de un nuevo pacto rechazado por el pueblo panameño.
La nueva orientación a la política norteamericana hacia la política hacia América Latina introducida por el presidente Franklin Delano Roosevelt se refleja en las nuevas negociaciones que produjeron el Tratado de 1936, donde se le hacen enmiendas importantes al de 1903, pero sin eliminar las estipulaciones más onerosas para la república de Panamá. En 1947, después de terminada la Segunda Guerra Mundial, y cuando Estados Unidos pretende perpetuar a lo largo y ancho del territorio nacional más de 120 bases militares que había utilizado en su lucha contra el fascismo, el pueblo panameño nuevamente asume su papel de defensor de la nacionalidad.
Es justo invocar ahora el nombre de Sebastián Tapia, el mártir de la gesta del 12 de diciembre de 1947 y a la gloriosa Federación de Estudiantes de Panamá, que desde entonces se constituyó en la vanguardia de la lucha nacional.
El Tratado de 1955 continúa las revisiones al tratado de 1903 pero manteniendo las cláusulas que verdaderamente impedían contemplar y perfeccionar la independencia de la república.
Por ello, surge el 9 de enero de 1964. La página más gloriosa pero también la más dolorosa en la marcha ascendente de nuestra nacionalidad. Allí caen en plena juventud panameña, que vinieron al territorio donde hoy realizamos este acto, a izar la bandera nacional, a buscar justicia y a redimir la patria.
La nación adolorida tuvo que sepultar sus cuerpos que murieron en lo que hasta hoy fue Zona del Canal, luchando contra la agresión extranjera.
Pero las tumbas que recogieron sus cuerpos no sepultaron sus esperanzas. Por el contrario, el ejemplo de esos héroes robusteció la determinación del pueblo panameño. Logró unificar la conciencia nacional y creó las condiciones morales para actuar con decisión y coraje en los duros momentos de las negociaciones de los Tratados Torrijos-Carter.
Declaramos que este acto es un homenaje a los mártires del 9 de enero de 1964.
El de cada uno de ellos está presente en el corazón del pueblo. Son los nombres heroicos de Ascanio Arosemena, Rodolfo Benítez, Vicente Bonilla, Alberto Constance, Teófilo De La Torre, José Del Cid, Maritza Alabarca, Víctor Garibaldo, Ezequiel González, Gonzalo Crance, Jorge Enrique Gil, Víctor Iglesias, Rosa Elena Landecho, Rogelio Lara, Ricardo Murgas, Estanislao Orobio, Alberto Oriol, Jacinto Palacio, Ovidio Saldaña, Carlos Renato Lara, Celestino Villarreta. A las madres de esos mártires podemos decirles hoy que hemos cumplido.
A partir de 1968 con el advenimiento del proceso revolucionario, se desarrolla con nuevo ímpetu y con posiciones definitivas la estrategia que culminaría con la vigencia de los Tratados Torrijos-Carter. El general Omar Torrijos Herrera, conductor y guía del proceso revolucionario, señaló con suma claridad las bases fundamentales sobre las que debíamos enfrentar las negociaciones todos los que tuvimos el gran honor de participar en ellas.
Señaló Torrijos que era básico acabar con la perpetuidad y que la fecha de ocupación no podía ir más allá. Expresó que debía quedar muy claramente establecida la desocupación militar del istmo y la entrega real del Canal. Pero destacó también lo que constituiría la brújula práctica de los acuerdos: que el cese de la jurisdicción norteamericana en la Zona del Canal no fuera una simple victoria jurídica, sino que significará una ocupación verdadera y física de este territorio que el ejercicio de la jurisdicción entrañará la ocupación real de nuestros puertos, del ferrocarril, de nuestro amado cerro Ancón, y que no quedará la menor duda de una verdadera restitución jurisdiccional.
Él resumió ese criterio con la frase que todo panameño conoce: “No quiero entrar a la historia, sino a la Zona del Canal”. Nosotros podemos expresarle hoy al general Torrijos y al instituto armado que lo ha acompañado en esta batalla con lealtad, sin presión y límite, la Guardia Nacional, que, efectivamente, Torrijos ha entrado a la Zona, que por eso estamos aquí y que con su dinámica gestión ha entrado también a la historia.
A esa historia de la liberación nacional que es el más preciado tesoro de nuestra patria y que es el timbre de mayor dignidad para el pueblo panameño. Un estadista sabe distinguir las cosas importantes y desechar las secundarias, se yergue sobre las críticas pequeñas y mira hacia el porvenir de su nación. No cede ante los ataques injustificados, ni se rinde a las presiones que tratan de desviarlo de su ruta.
Por eso, las voces y los infundios que se lanzaron contra Torrijos en el Senado y en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, las visitas de numerosos y distinguidos senadores norteamericanos al istmo, la gran polémica nacional previa a la realización del plebiscito, donde el pueblo panameño analizó, analizó ampliamente todas las cláusulas de los Tratados.
No constituyeron para el general Omar Torrijos un viacrucis, sino por el contrario, fue la fragua donde demostró el temple de su carácter, su entrega a la causa de la patria y la responsabilidad de su jefatura de gobierno.
Por eso, este acto es también un homenaje al hombre que hizo posible contra viento y marea la realización de los Tratados Torrijos-Carter.
Cuando nos referimos a la Guardia Nacional como la institución que acompañó al general Torrijos en esta lucha lo hacemos con un profundo respeto hacia esos hombres, hijos uniformados del pueblo quienes comprendiendo el momento histórico que vive la nación en todo momento, pusieron su corazón, su disciplina, su coraje y las armas que la patria les ha entregado a disposición de la causa nacional, sin vacilaciones, sin temores y sin dudar un solo instante. Con que con esa actitud además de servir al país, estamparon un sello de dignidad y de orgullo a la Guardia Nacional.
Pero el verdadero protagonista de esta lucha es el pueblo panameño. Él supo mantener durante todos estos años una gran unidad nacional y no permitió que se le desviarse de su objetivo principal.
Él se expresó constantemente por conducto de sus organizaciones campesinas, profesionales, cívicas, religiosas, de sus sindicatos, obreros, empresarios, de la Federación de Estudiantes de Panamá y de sus hombres y mujeres a lo largo y ancho de la República.
Por esta razón están todos aquí. Han querido que todas y cada una de las provincias asistan a este acto histórico. Hombres y mujeres de la provincia de Bocas del Toro, de la provincia de Coclé, de la provincia de Colón, de la provincia de Chiriquí, de la provincia de Darién, de la provincia de Herrera, de la provincia de los Santos, de la provincia de Veraguas de la provincia de Panamá, de la Comarca de San Blas, también de San Miguelito, donde se encuentran las raíces más profundas de nuestra nacionalidad.
Este acto y así lo declaramos es, sobre todas las cosas, un homenaje al pueblo panameño. Debo expresar, y lo hago con profunda satisfacción, el reconocimiento de la república de Panamá a los pueblos y Gobiernos de todo el mundo que apoyaron y apoyan la causa panameña, sin supeditar ese apoyo a sus regímenes políticos, a sus ideologías o a sus formas de Gobierno.
Quisiéramos indicar uno por uno a los gobernantes y a los países que se solidarizaron con nosotros, no siendo ello posible por lo largo que resultaría la lista.
Quiero destacar a los que hasta hace pocos meses fueron presidentes de Colombia, Costa Rica y Venezuela: señores Alfonso López Michelsen, Daniel Oduber y Carlos Andrés Pérez. Al actual presidente de México y al primer ministro de Jamaica, señor Michael Manley, quienes prestaron a nuestro país inestimable cooperación en momentos críticos de las negociaciones. Pero queremos destacar, sobre todo, al presidente de los Estados Unidos de América, señor Jimmy Carter, quien desde su ascenso al cargo y siguiendo la ruta de grandes mandatarios norteamericanos como Franklin Delano Roosevelt se esforzó en comprender las aspiraciones panameñas y actuó con ecuanimidad para llegar a un arreglo equitativo, y también con singular valor para advertir los riesgos políticos a que su conducta podría llevarlo.
El pueblo panameño ha entrado hoy a lo que fuera la Zona del Canal con alegría y justificada satisfacción. Lo ha hecho sin odios, sin rencores y con el afán de contribuir para que el Canal de Panamá siga funcionando en forma ininterrumpida y eficiente.
Los trabajadores panameños en la antigua Zona del Canal siempre trabajaron y continuarán trabajando con responsabilidad, con honradez y con eficiencia.
Pero, además, durante todo el curso de las negociaciones se mantuvieron al lado de los intereses de la patria, y puedo decir más aún que, por intermedio de sus dirigentes, participaron en forma directa en las negociaciones con el propósito de alcanzar las justas aspiraciones nacionales, y también con la meta de que se respetasen las conquistas y los derechos del trabajador.
Puedo manifestarles a esos nobles panameños que la palabra empeñada por el general Torrijos, en el sentido de que el recobro de la jurisdicción de Panamá sobre esta parte de su territorio en ningún momento significará una disminución, sino por el contrario, un mejoramiento de las condiciones de los trabajadores.
Sigue siendo la filosofía de este Gobierno, y de este proceso revolucionario, decir que el pueblo panameño no entra con odios ni rencores, sino con alegría y espíritu de colaboración.
Nos estamos dirigiendo fundamentalmente a todos los ciudadanos norteamericanos que laboran en el Canal de Panamá, en las Fuerzas Armadas norteamericanas y que residen muchos de ellos en lo que hasta ahora fue la Zona del Canal.
Ellos pueden estar absolutamente seguros de que el respeto, la seguridad y la confraternidad entre nuestros pueblos será la tónica de las nuevas relaciones.
Porque se ha establecido una nueva era en los vínculos de Panamá y los Estados Unidos.
Los Tratados se confeccionaron bajo el espíritu de la colaboración y del respeto mutuo. Se hicieron para acabar con el antagonismo y las confrontaciones, reemplazados hoy por el buen entendimiento y la amistad. Quizás todavía haya grupos en Estados Unidos y en Panamá que no capten este nuevo giro de la historia o que se aferren desesperadamente a situaciones ya caducas, pero esos grupos irán desapareciendo porque el camino de la paz es superior a la ruta de la violencia.
La razón siempre termina imponiéndose sobre el fanatismo y la intransigencia. La confraternidad entre los pueblos supera las actitudes irreconciliables y la soberbia destructora. Panamá entra a coadyuvar en el funcionamiento del canal junto con los norteamericanos que en él trabajan con el espíritu de amplitud, amistad y comprensión que caracteriza a nuestro pueblo.
Panameños, el haber superado la etapa de la perpetuidad y la jurisdicción no significa que hayamos terminado de recorrer el sendero de la liberación. Los Tratados Torrijos-Carter son un instrumento que tiene que aplicarse diariamente. Panamá, y así lo hemos manifestado una y otra vez, cumplirá con sus obligaciones, pero también exigirá que la contraparte cumpla.
No aceptaremos en ningún momento disposición alguna o interpretaciones que tiendan a desvirtuar la letra y el espíritu de lo pactado en el fiel cumplimiento de todas y cada una de las cláusulas de los nuevos Tratados. Sin tergiversaciones ni imposiciones la lucha del pueblo panameño será continua y prolongada.
Compatriotas, a nuestro lado para honrar este año y para señalar su trascendencia internacional se encuentran los mandatarios y representantes de prestigiosos países. El presidente de Bolivia, Dr.Walter Guevara Arce; el presidente de Colombia, Dr. Julio César Turbay Ayala; el presidente de Costa Rica, Dr. Rodrigo Carazo; el vicepresidente de los Estados Unidos, señor Walter Mondale; el vicepresidente de Guatemala, Francisco Villagrán Kramer; el presidente de México, licenciado José López Portillo; los miembros de la Junta de Reconstrucción Nacional del heroico pueblo de Nicaragua, señores Violeta de Chamorro y el comandante Moisés Hassan; el presidente de Venezuela, Dr. Luis Herrera Campins y el vicepresidente de España, señor Manuel Gutiérrez Mellado. Ellos constituyen vivo ejemplo de la nueva dimensión que cobra la solidaridad internacional.
Su presencia estimula a nuestra nación para proseguir su jornada con renovado vigor. Y para ellos, para la solidaridad de nuestros pueblos, para el buen éxito de la marcha que la patria inicia desde hoy y para el abnegado pueblo panameño solicito un nutrido y caluroso aplauso.
La nueva relación pactada con los Estados Unidos de América pasa hoy del plano de los textos jurídicos al dominio de los hechos reales. Cobra vida una nueva actitud entre nuestros dos países.
Un nuevo comportamiento de dos socios en una empresa común: la administración y la defensa del Canal de Panamá hasta el año 2000. Pero, sobre todo, dos países aliados en un mismo propósito, el respeto estricto de los derechos y los deberes pactados, y el reconocimiento de que solo en el trato justo y el respeto mutuo se asientan las necesarias relaciones entre dos países y dos pueblos que la geografía y la historia obligan a la amistad.
Panameños, hoy se abre una nueva página de nuestra historia que debemos llenar de realizaciones brillantes para ser dignos ante nuestra posteridad.
El sacrificio de tantas generaciones de panameños debe ser redimido por el engrandecimiento notable de nuestra patria, por el renacimiento de todas sus energías encauzadas a la edificación de una sociedad más próspera, más libre, más ilustrada y justa. Tenemos que imponernos nuevas metas y fortalecer nuestros valores. Preparar con mayores esfuerzos y un sentimiento renovado de optimismo y confianza el surgimiento del Panamá del año 2000.
La patria supera hoy un trauma histórico que venía impidiendo su desarrollo natural y la plena realización de sí misma. Por eso ahora tenemos un futuro más promisorio por delante con esta nueva luz que comienza a brillar en esta hora se alumbrará mucho mejor el camino para nuestros jóvenes y niños.
La generación del año 2000 en el Año Internacional del Niño recibe el más significativo de los regalos por parte de sus mayores: el inicio de la descolonización. Con la emoción profunda que nos llena el alma podemos decir que la integración nacional, que desde ahora se vive es el premio enaltecedor que todos los sectores nacionales merecen recibir por sus esfuerzos.
Es ni más ni menos la satisfacción del deseo más íntimo del hombre panameño de todas las épocas, desde los notables hasta las personas sencillas menos conocidas que tienen el derecho de que los frutos tangibles de su capacidad de lucha sean para el mayor beneficio colectivo posible de modo que puedan distribuirse sobre una equitativa base de justicia social.
Renovemos hoy con el silencio próximo de nuestros labios, pero con el sentimiento más noble que se refleja en las pulsaciones de nuestros corazones los juramentos más solemnes de permanente entrega y lealtad a la patria que queremos.
Reiteremos la firme disposición de amar y defender nuestra tierra y nuestra bandera. Agradezcamos con sensible recogimiento, pero con ánimo, creador y al mismo tiempo vigilante, el alto honor, el inconmensurable honor de ser panameños y de haber tenido la oportunidad histórica de vivir este instante feliz.
Saludemos este glorioso día con fe y esperanza en el porvenir de la república de Panamá, con garganta gigante, que sabe y se atreve a cantar la canción de nosotros, los pueblos pequeños para que sus estrofas de libertad y de justicia puedan escucharse por nuestros hermanos solidarios de América y del mundo.
Muchas gracias.