El río Grande es un recuerdo en el área del Canal de Panamá. Mapas del siglo XIX muestran como su cauce serpenteaba desde la zona del antiguo poblado de Emperador, en Arraiján, para desembocar en la entrada actual del Pacífico del Canal. Este gigante fue represado para crear el lago Miraflores, reservorio de agua artificial para la operación de la vía acuática y el abastecimiento de la población de la entonces Zona del Canal y la ciudad de Panamá.
El río Grande, antes de disolverse en la memoria del Canal y en nuestro recuerdo ambiental, fue la fuente principal de agua de la ciudad de Panamá, que precisamente este mes de enero, cumple 349 años en su asentamiento actual, desde su traslado del sitio de Panamá Viejo.
Con el vertedero de Miraflores que represa las aguas del entonces río Grande como escenario, conversamos con Francisco Javier Bonilla, joven panameño, investigador e historiador adscrito al Centro de Investigaciones Históricas, Antropológicas, y Culturales (Cihac-Aip), sobre la historia del río Grande.
¿Quién es Francisco Javier Bonilla, por qué la historia ambiental y el río Grande?
“Nací en la ciudad de Panamá y crecí a la orilla del río Matías Hernández en Parque Lefevre. Terminé mis estudios secundarios en el Colegio Episcopal de Panamá con la idea de migrar a los Estados Unidos y la ilusión de ser abogado, sin embargo, la educación integral que recibí en la universidad pública de Kentucky me llevó hacia la historia. Encontré de manera persistente que las problemáticas que me atraían, cobraban sus rasgos fundamentales en procesos de larga data, como la discriminación racial y el cambio climático; todos ellos con su interpretación en la historia. Tomé entonces la decisión de abordar mi tesis de maestría sobre la historia ambiental del río Grande.
Esto me abrió la oportunidad a fondos de doctorados, optando por la Universidad de Carnegie Mellon en Pittsburgh, Pensilvania para un programa sobre el agua urbana y sus infraestructuras. El río Grande tiene una historia desconocida la cual considero clave para entender el Canal y la operación de una de las más grandes obras hidráulicas del mundo en suelo panameño”.
¿Por qué tu interés en el agua y cómo ha evolucionado?
“Estaba familiarizado con la historia de ríos en EE.UU., y decidí cubrir la historia del difunto río Grande, en la vertiente sur de la vía interoceánica, por su actividad económica tan importante para el país. Para mi doctorado en curso, me adentro en el proceso mediante el cual el agua del desaparecido río entraba a la ciudad de Panamá por un acueducto, y salía junto con las aguas pluviales y residuales al mar. Esto me llevó a ampliar mi enfoque como investigador, a no ser solo
un historiador de ríos y de tránsito interoceánico, sino también a ser un historiador de la salud pública y de la tecnología en la ciudad. Esa perspectiva me obligó a incursionar en temas de ingeniería sanitaria e hidráulica, los derechos de las personas a la ciudad y la construcción de sus espacios”.
¿Cuáles han sido tus principales hallazgos en esa historia ambiental del Canal de Panamá, nuestra sociedad y la administración del recurso hídrico?
“La historia del río Grande, como la del Chagres, nos muestra cómo la función del istmo ha ido cambiando desde la organización del tránsito interoceánico internacional, durante más de 300 años. Nos muestra que los paisajes de la ruta se transformaron para permitir flujos de mercancías y personas. Por su ubicación en la vertiente del Pacífico, el río Grande tiene mucho que contar sobre la geografía urbana de la principal ciudad de la región metropolitana. Su configuración física, la calidad de su agua, y últimamente el control territorial de su Cuenca, son dimensiones imprescindibles para comprender cómo los ríos participan en el proceso de saneamiento, la construcción de las esclusas de Miraflores y Pedro Miguel y la actual operación.
Mi investigación doctoral propondrá una nueva forma de entender el estado sanitario e higiénico de las ciudades terminales. La nueva narrativa intentará capturar a la ciudad de Panamá que, recién con el Canal, se asomaba a la modernidad, con algo más de rigor que la visión de los famosos viajeros del siglo XIX, que solo resaltaban la falta de aseo y drenajes viales. Aunque las autoridades zoneítas pensaron que fueron ellos quienes instauraron la modernización en Panamá y Colón, lo cierto es que los municipios panameños durante el periodo colombiano llevaban décadas involucrados en esfuerzos para contrarrestar los peligros urbanos y las amenazas de enfermedades, tropicales y no tropicales, que diezmaron la población por décadas. Los panameños desde mucho antes de los inicios de trabajos del canal francés ya contaban con las llamadas Juntas de Progreso Material, Higiene y Sanidad, y con autoridades de obras públicas activas. Los panameños se veían a sí mismos como ciudadanos modernos desde antes de que la Comisión del Canal Ístmico iniciara su campaña anti-mosquitos y se construyera un acueducto, un alcantarillado, y un nuevo paisaje con rellenos “sanitarios” como el de Balboa o Tabernilla. De hecho, los panameños de diferentes estratos no quedaron inmovilizados con extrañeza por estas novedades, sino que las vieron como un desplazamiento de una autoridad institucional bien establecida y sujeta a su influencia, aunque inserta de forma desigual”.
¿Qué le diría a tus contemporáneos sobre la necesidad de profundizar en la historia ambiental?
“La juventud en Panamá, como la del mundo entero, muestra una preocupación urgente por nuestro futuro en el planeta debido al cambio climático. En lo local, la destrucción de bosques y la contaminación de las fuentes de agua por la minería, será uno de nuestros grandes desafíos. Nuestra generación está desilusionada de la forma en que la política es entendida por los actuales actores, o por lo que alcanzan a entender. Estamos expuestos a un catastrofismo ambiental capaz de dejarnos inertes ante la gravedad de los retos. No debemos perder de vista que el ambiente es el resultado de procesos de trabajo humano y movilizaciones sociales, y, por ende, cambiarlo conlleva necesariamente construir una sociedad distinta.
La política deviene como la única forma de actuar a esa escala e incidir democráticamente en el entorno y al interior de nuestra sociedad. Urge entonces ampliar el entendimiento de “lo político”. Esto permitirá formular alternativas basadas en la historia que investigamos y en los futuros que logremos imaginar. Para esto último, es imprescindible la literatura, la ficción, el compromiso, la educación y la excelencia investigativa”.