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Firu, el gato canalero

Por Maritzel Ábrego

Voy a compartir contigo una historia, que cuentan quienes la vivieron y así me la dijeron. Érase una vez, en un pequeño rincón de Panamá, un gato llamado Firu.

Firu era una fiel y valiente mascota, aunque a veces un poco furibundo, tenía un peculiar pelaje blanco con manchas negras. Sus amigos le hacían algunas bromas inocentes, en especial su mejor amigo Ñongo Ñongo, un gato de pelaje dorado.

Sus amigos le preguntaban a Firu en tono jocoso cosas como si su madre había sido “una vaquita” o si se había acabado la tinta cuándo nació. Él sabía que ellos lo querían mucho, y que sus bromas solo buscaban hacerlo sonreír. La familia de Firu vivía junto con las otras mascotas dentro de la Cuenca del Canal de Panamá. Todos se sentían orgullosos de pertenecer a este pedacito de cielo llamado “4S”. La alegría era contagiosa entre los lugareños que se dedicaban a proteger la flora y fauna de las subcuencas, las cuales no solo brindan agua para funcionamiento del Canal, sino que también es de donde se produce el agua para cientos de hogares.

Aunque por ser animales al principio pensaron que no podían hacer mucho para ayudar a proteger la Cuenca, con el paso del tiempo Firu y sus amigos se dieron cuenta de que cada granito de arena era importante, por mínimo que fuera.

Cubriendo los afluentes hídricos se encontraba una espesa flora en donde vivía una gran cantidad de fauna. Una de las cosas que más gustaba a las mascotas y a Firu era jugar con sus amigos, los animales silvestres que vivían en la coposa arboleda de la Cuenca y a los que llamaban “Los Canaleros”.

Todos se habían hecho grandes amigos y se divertían juntos casi a diario. Entre sus amigos canaleros se encontraba Yoyo, un mono capuchino que hablaba hasta por los codos, y Boo, uno de los búhos más sabios de la Cuenca y que los entretenía con muchas historias sobre la construcción del Canal y hasta de su ampliación.

Una tarde fue de gran regocijo ya que Lía, la águila arpía, tuvo un polluelo. Cuando todos se enteraron de la noticia, hicieron una gran algarabía. Y qué mejor forma para celebrar la vida que una fiesta jugando como una gran familia.

Hasta los humanos se dieron cuenta de la alegría de sus animales y cuando se enteraron a qué se debía, todos quedaron extasiados con la gran noticia. Tomaron fotos y dieron a conocer, por distintos medios, el regalo de la vida silvestre. Al concluir la fiesta, Firu se despidió de sus amigos y volvió a casa. Con una sonrisa, se acostó en su almohada para dormir y soñar con todas las cosas que haría al día siguiente.

Pasó el tiempo y los días eran cada vez uno más emocionante que el anterior. Todos se sentían satisfechos con las actividades que llevaban a cabo como la recolección de basura de los ríos, aprender a sembrar frutas y verduras que no habían sembrado antes, e incluso reciclar y darles nueva vida a botellas plásticas. Hasta Firu salió beneficiado, porque le fabricaron una silla alta con materiales reciclados para descansar por las tardes.

Una noche, pasada la medianoche, mientras todos dormían, llegó Yoyo muy asustado a despertar a Firu. Este, en su afán de que su amigo lo ayudara, hablaba tan rápido que no se le entendía ni una palabra. Al calmarse por petición de Firu, le contó que había unos hombres haciendo cosas extrañas y que cuando se acercó, vio que tenían atrapada a Lía en una jaula y que entre risas dijeron que todos los animales iban a ser un buen negocio para sus bolsillos.

Firu se alarmó y llamó a sus amigos para ir en busca de Lía. Boo, como el búho sabio que era, se dedicó a sobrevolar la Cuenca con sus amigas aves y aconsejó que avisaran a los lugareños. Tras el sobrevuelo, lamentablemente no encontraron a Lía. La tristeza era palpable entre todos ya reunidos, en especial por el polluelo recién nacido.

Al día siguiente, cuando unos buscaban a Lía y otros hacían tareas rutinarias, se dieron cuenta de que distintas anomalías estaban afectando los ríos de la Cuenca del Canal. Diversos animales llegaban al pueblo contándole a las mascotas lo que habían visto. Recopilando las noticias de cada uno, llegaron a la conclusión de que los responsables eran los mismos que habían secuestrado a Lía, y que si llegaban a ellos podrían encontrarla.

En ese momento, Firu tomó una importante decisión: pondría todo su esfuerzo en encontrar a Lía y al mismo tiempo ayudaría con el problema mayor que afectaba a los ríos. La Cuenca era su casa y nadie vendría a dañarla.

Así que con esa determinación le contó a su amigo Ñongo Ñongo que emprendería un viaje para buscar a Lía y solucionar este dilema. Él, como su mejor amigo, no podía dejar que fuera sólo, así que le dijo que lo acompañaría. Esto lo escuchó Yoyo quien también se ofreció a acompañarlos en la travesía.

Sus amigos animales, enterados de sus intenciones, los despidieron con ovaciones deseándoles mucha suerte y les advirtieron que tuvieran mucho cuidado en todo momento. Yoyo como se sabía de memoria los caminos de las subcuencas marcó la dirección. Primero llegaron a la subcuenca del río Paja. Allí no pudieron creer lo que sus ojos veían: a lo largo de ella había un incendio forestal destruyendo árboles y plantas. Los que vivían a los alrededores intentaban sofocarlo. En un atisbo de lucidez, Firu notó a un hombre sospechoso. Un gavilán le dijo que no era de allí y que era el causante de que todo estuviera en llamas. Yoyo, de entre los árboles, se columpió y derribó al hombre con todas sus fuerzas. Los lugareños se dieron cuenta de esto y se llevaron al malhechor custodiado. “Los canaleros” de Paja agradecieron a Yoyo pero él en su modestia le dio el crédito a Firu que notó a tiempo las malas intenciones del forastero.

El hombre confesó su fechoría y además les dijo que sus compañeros se habían ido. Sin perder tiempo, Firu y sus amigos se encaminaron de nuevo, pero esta vez a la subcuenca del río Baila Mono.

Al igual que en Paja quedaron sorprendidos. Allí delante de ellos había mucha basura tirada contaminando el agua. Los vecinos de los pueblos cercanos estaban recogiendo la basura pero llenos de una tristeza indescriptible.

Al ver lo lento que se daba la tarea, Firu incentivó a los monitos para trabajar en equipo y ayudar en la limpieza. En solo unos minutos se formó una hilera de monos que con ayuda de Yoyo, se convirtieron en los recolectores de basura más eficientes.

De pronto, de entre los arbustos un camión salió a toda velocidad dejando restos de desechos por el camino. A lo largo de su trayecto fueron dejando rastro, así que Firu y Ñongo Ñongo emprendieron el camino para seguirlo. Yoyo los alcanzaría cuando terminara la recolección de basura.

Así llegaron a la subcuenca del río Cañito justo a tiempo, porque delante de ellos estaban los mismos hombres con sierras para talar los árboles del lugar. Firu enojado dio instrucciones a los animales para que alertaran a los lugareños. Ellos, muy enojados, persiguieron a los hombres malos pero un grupo logró escapar. Firu, con lo astuto que era, ya había notado que el objetivo era la destrucción de su Cuenca y que era muy probable que la próxima parada fuera un pueblo en la subcuenca del río Pescado.

Pero, lo exhaustivo del trayecto y las emociones vividas los tenían agotados. En eso, Ñongo Ñongo vio que uno de sus dueños que estaba de visita se disponía a regresar a su hogar, por lo que corrieron para aprovechar el transporte de vuelta.

Cuando llegaron a su pueblito había un silencio sepulcral. Los lugareños, junto con su familia estaban reunidos en el centro y hablaban de algo que Firu aún desconocía. Algo que llamó la atención de Ñongo Ñongo. Sus otros amigos no estaban.

¿Dónde podrían haber ido? Un leve maullido se escuchó a lo lejos. Ellos siguieron el sonido de forma cautelosa y su sorpresa fue enorme. Todos sus amigos, mascotas y canaleros estaban encerrados en jaulas ¡incluyendo a Lía!

Los animales al ver a los dos gatos hicieron toda clase de ruidos para que los ayudaran a escapar.

No era fácil salvarlos, pero Firu no podía dejar a sus amigos así. A Firu se le ocurrió que con sus garras podrían abrir los cerrojos de las jaulas. La idea se puso de inmediato en ejecución y funcionaba, los animales eran liberados uno a uno. Pero, el rescate no iba a resultar tan fácil.

Un hombre robusto señaló a Firu y dijo, con gran enojo: “¡Tú eres el gato que ha ido arruinando mis planes! ¡Me haré cargo de ti y de esos animales! Yo planeé todo esto para arruinar su hogar y poder capturarlos fácilmente. ¡Ya vas a ver!” El robusto hombre, con todo su peso, se dirigió a Firu con toda la velocidad que su cuerpo le permitía, sin embargo, el gato con su agilidad logró esquivarlo, ya que después de todo era un felino. Firu, al esquivarlo, subió a uno de los árboles.

Los demás malhechores solo miraban boquiabiertos cómo un simple gato burló a su jefe. El jefe, aún más enojado, con la cara como un tomate intentó levantarse del piso, pero allí Firu aprovechó y saltó sobre él tapándole los ojos.

El resto de los animales, junto con Lía, una vez liberados por Ñongo Ñongo, comenzaron a lanzarles piedras y ramas a los hombres malos y, en ese justo momento, se les unió Yoyo con otros capuchinos que a su vez les lanzaron frutas dañadas para que resbalaran y así evitar que escaparan.

Tanto bullicio atrajo la atención de los lugareños que no podían dar crédito a la escena. Los animales en equipo tenían doblegados a un grupo de hombres. No había que ser un genio para saber que los causantes de todos los problemas en 4S eran ellos.

Una vez capturados los hombres, llamaron a las autoridades pertinentes. Pronto llegaron al área miembros de la guardia forestal y otras personas identificadas con gorras del Canal de Panamá.

Entre los humanos coversaban y se preguntaban cómo había pasado esto, pero sobre todo ¿cómo los animales se dieron cuenta de lo que ocurría?

La duda se respondió cuando el propio jefe de los malhechores confesó que el gato impertinente, el que parecía una vaca, metió la nariz en sus planes. Lía, como buena amiga, junto con su polluelo, las mascotas y “los canaleros” dirigieron la atención de todos a su amigo Firu.

Este, con gran orgullo, dio unos pasos hacia delante, no sin antes llamar a sus amigos que lo ayudaron en esta aventura. Las autoridades y lugareños aplaudieron su valentía y con vítores y uno de los trabajadores del Canal lo nombró “Firu, El Gato Canalero”, entre gritos de júbilo.

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