Esta es la historia de un buque que parecía sin rumbo, pero que en medio de su camino a casa unió voluntades, el esfuerzo y la solidaridad de miles de personas, en especial de un país llamado Panamá.
Cuando el mundo aún trataba de descifrar el enigma del coronavirus, su impacto ya empezaba a ser más claro en algunos países y en algunas actividades: una de ellas, la industria de cruceros.
Por eso resultó una sorpresa para muchos cuando hacia mediados del mes de marzo comenzaron a surgir reportes de un crucero que navegaba por las costas de Suramérica sin poder recalar en puertos de varios países, debido a reportes de pasajeros enfermos.
La noticia despertó el interés de inmediato en Panamá, cuando surgieron versiones de que el crucero Zaandam intentaría llegar a su destino en Florida, Estados Unidos, cruzando el canal interoceánico.
En Panamá, las primeras reacciones fueron mixtas. En las redes sociales y en los foros de comentarios en internet surgieron llamados de precaución ante un posible riesgo para el país, pero principalmente de empatía con la situación de los cientos de pasajeros del Zaandam.
La situación permitió visibilizar aún más en la opinión pública los protocolos que el Canal de Panamá venía implementando desde el inicio de la crisis del coronavirus para asegurar, no solo el tránsito seguro de los buques por la vía acuática, sino la integridad de su equipo humano.
Pero había protocolos que cumplir. Las reglas eran claras. Todo buque en dirección a Panamá o a su Canal, debía seguir las normas sanitarias internacionales y las locales, estas últimas bajo la coordinación del Ministerio de Salud (Minsa).
Asegurados esos protocolos, solo bastó un par de horas para que todos los involucrados, autoridades, funcionarios, profesionales y voluntarios, se pusieran de acuerdo para permitir que el Zaandam, y su crucero hermano, el Rotterdam, que había llegado a aguas panameñas para asistirlo, pudieran continuar su camino a casa y permitir el reencuentro de pasajeros y tripulantes con sus familias.
No eran necesario los detalles, todo el mundo podía imaginar la odisea que vivían a bordo miles de personas de múltiples nacionalidades. Nunca importó la bandera, solo la misión de facilitar el paso de los cruceros hacia un destino más seguro.
Ya el sábado 28 de marzo las ruedas estaban girando y se estaba a la espera de los arreglos que hicieran el Zaandam y el Rotterdam para alistar su travesía por el Canal de Panamá.
Finalmente entre la noche del domingo 29 de marzo y la madrugada del lunes 30, luego de conjugar un haz de voluntades, ambos buques cruzaron los 80 kilómetros de la vía interoceánica que conectan el Pacífico y el Atlántico. Aún les restarían varios días para llegar a casa, pero este fue un paso gigantesco en esa dirección.
Los nombres sobran porque esta fue una historia de equipo, de unidad, donde un solo nombre le dio la vuelta al mundo: el de nuestro país, demostrando que no se trata solamente de un lema, sino de una convicción real: JUNTOS SOMOS PANAMÁ.